relato femdom
Un relato de dominación femenina que explora la atracción, la espera y la huella que deja un encuentro cargado de deseo y misterio.

Nuestros caminos se cruzaron en un foro de tecnología e intercambiamos un par de comentarios. Desde ese momento, fuimos contactando de manera más o menos asidua, comentando temas frugales y nuestro día a día y llegando, poco a poco, a entrar en lo personal.
Tenía una manera de ser y de expresarse que me fue atrayendo cada vez más, he de reconocerlo, con un toque de misterio y, a la vez, cercanía. Algo que no sabría muy bien como describir pero que me atrapaba y también, lo reconozco, me hizo estar cada día más pendiente del teléfono móvil, esperando un mensaje o un correo Suyo.
No tardó en darse cuenta y sacar provecho de ello.
En ocasiones intercambiábamos mensajes durante horas y otras, sin más, dejaba de escribirme y llegaban a pasar días sin saber de Ella. Eso me angustiaba, pensaba que pudiera haber dicho algo poco apropiado, que se podría haber enfadado o, peor incluso, cansado de mí. Un sinvivir, si me permiten la expresión.
Entonces reaparecía, a veces sólo con un mensaje en el que preguntaba cómo me había sentido esos días.

Ya me tenía atrapado cuando me habló por primera vez de la Dominación Femenina. Desde ese momento las conversaciones giraban cada vez más en torno a ese tema, adueñándose Ella, ya sin tapujos, de los tiempos y las formas.
Unas veces me explicaba técnicas, otras se limitaba a darme instrucciones para que yo mismo investigara y después le contara lo que había aprendido.
Casi un año después de aquel primer cruce de caminos, el trabajo me llevó a pasar unos días muy cerca de la ciudad donde Ella vivía. Hasta ese momento, apenas había escuchado Su voz en algún breve audio de whatsapp, o visto cómo podía ser, en fotografías que me enviaba siempre a contra luz o en penumbras y que simplemente permitían intuirla.
Acordamos un encuentro, según Sus reglas, evidentemente. Así pues, y según lo acordado, reservé una habitación en un hotel elegido por Ella. Un tanto apartado del centro, pero bastante discreto y de buena categoría.
A la hora acordada llegué y subí directo a la habitación.

En el ascensor, comencé a sentir las pulsaciones de mi corazón retumbar en los oídos, ya venía nervioso, pero ahora era un flan. La puerta estaba arrimada, no cerrada, como esperaba. Entré y cerré tras de mí. Era una habitación amplia, con una cama matrimonial y un cabecero de forja que desató mil ideas en mi cabeza. Una mesa con un par de sillas, su televisión y un ventanal bastante grande con las cortinas abiertas. En el centro, en el suelo, había un cojín. Ese era mi sitio, lo sabía.

Me duché siguiendo Sus instrucciones y, al terminar, abrí el regalo que me había dejado sobre la mesilla de noche. Unas braguitas negras, de encaje, y una antifaz en cuero negro.
Me puse la ropa interior y me arrodillé sobre el cojín, tapándome los ojos.


Y así, de rodillas, con las manos en la espalda y sin poder ver, esperé.


No sé cuánto tiempo pasó, supongo que no mucho, pero entre la situación y los nervios, se me hizo eterno. Sé que me dio tiempo a pensar que la ventana estaba abierta y que, desde las habitaciones que estaban enfrente, podrían verme. Me puse colorado como un tomate sudando copiosamente.


En esas estaba cuando escuché la puerta, el click de la cerradura eléctrica al meter la tarjeta.

Creí que el corazón me saldría del pecho.

La puerta se abrió y se cerró apenas unos segundos después, haciendo que llegara hasta mí su perfume. Dulce y fresco. Luego escuché sus pasos, clack, clack… caminaba despacio y segura, acercándose poco a poco hasta detenerse, o eso me pareció, frente a mí. No hablaba.
Sólo podía pensar en que estaba allí, ¿me estaría mirando? ¿Qué llevaría puesto? ¿se estaría riendo de mi aspecto? Dios, ojalá hubiera cumplido mis reiterados propósitos de ir al gimnasio, podría tener un mejor aspecto para Ella.
Volví a sentir sus pisadas acercándose. Pasó a mi lado y pude sentir el aire y el roce de lo que presumo era una falda, que me hizo saltar como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

La escuché reírse por primera vez. No una carcajada, una risa serena y profunda, que me volvió loco. Sentí de nuevo que me ponía colorado, qué absurdo. Detrás de mí, acercó su boca a mi oído y me saludó, diciendo mi nombre, con un susurro. De nuevo el perfume embriagador y su aliento, que hizo que se me erizara la piel
Luego el ruido de sus pisadas acompañado de una silla arrastrándose. La colocó delante de mí y escuché el roce de su ropa mientras se sentaba.


No podía hacer más que imaginarla, sentada, con las piernas cruzadas, majestuosa, mirándome. Tenerla tan cerca, y a la vez tan lejos, hizo que no pudiera evitar que una erección se abriera paso asomando por encima de las braguitas. De nuevo se rio, creo que complacida, y sentí el roce de la punta de su zapato, o bota, en mi vientre y bajando hasta posarse sobre mi pierna.

Entonces comenzamos a hablar, bueno, Ella comenzó a hablar, yo guardaba silencio, como me había dejado bien claro antes del encuentro, y sólo intervenía cuando me preguntaba algo.
Así estuvimos casi dos horas, explorando en profundidad la luz de mis deseos y la oscuridad de mis temores, explorando mis miedos y mis fantasías, no perdiendo ella detalle de la reacción de mi respiración y mi cuerpo a cada nuevo tema que surgía.
Y sin más, como en las conversaciones, anunció el fin del encuentro y se despidió.

Antes de irse se agachó delante de mí, podía sentir su respiración en mi cara, en mi boca, rozó con sus dedos mis labios, mi cara… creí que no podría contener un orgasmo, pero lo conseguí.
Ella lo notó enseguida y otra vez su risa, antes de darme un beso en la mejilla, suave y sonoro, despidiéndose de nuevo entre susurros, “espero que la huella que esta tarde he dejado en ti no se borre”.
Escuché sus pasos y de nuevo la puerta, y me quedé solo.

Sólo entonces, cuando quise levantarme, me di cuenta de lo agarrotadas que estaban mis piernas, casi me caigo al intentarlo la primera vez. Me quité el antifaz e instintivamente fui al espejo del baño. En mi mejilla se veía el carmín de Sus labios. No un beso de esos de postal, con labios totalmente definidos y de un rojo brillante, eran unos trazos de maquillaje discreto y elegante, sobrio, como Ella.

Ya no volví a salir de la habitación, pedí algo para cenar y me quedé dentro. No fui capaz de quitarme las braguitas y apenas pude pegar ojo, con la esperanza de que volviera. Pero no lo hizo. No podría decir las veces que miré el móvil esperando un mensaje que tampoco llegó, y un par de veces me levanté corriendo porque creí que habían picado a la puerta. Nada.

A la mañana siguiente, mientras volvía a mirar su beso en el espejo, con mi cara de sueño y las incipientes ojeras, sonó un mensaje. «¿Cómo va la huella?» Preguntaba. Le envié un selfie en el que se veía su pintalabios en mi cara.
Respondió a los pocos segundos: Un emoticono con una carita sonriente guiñando un ojo.

alicia

4 comentarios en «“La huella de Ella: un relato de dominación y deseo”»

    1. Me alegra que te haya gustado y que te hayas sentido identificada con el relato. Este tipo de dominación sutil y amable sintoniza muy bien con muchas mujeres, a mí también me gusta mucho. Saludos y gracia por tu comentario

  1. Hola, me ha gustado mucho, sinceramente. Destacar la obediencia del sumiso sin preguntar ni desear y sobre todo agradecer el tenerla y sentirla cerca. Ella es la que dispone, la que ordena según sus deseos.
    Gracias.

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Tras la huella de una Dómina
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