
El mayordomo: símbolo de servicio y entrega en la sumisión
El sumiso en castidad
En el probador de ropa estaba sudando tinta china intentando embutirme en el ceñido vestido que mi amiga Alejandra se había empeñado que me pusiera. Mi amiga era una mujer sensacional, segura de sí misma, atractiva. Yo me había separado hacía un año y no terminaba de levantar cabeza. Los cuarenta años me habían traído la sorpresa de un abandono y la toma de conciencia de que no se puede competir con la juventud.
Alejandra harta de verme descuidada e inapetente decidió ocuparse de mí. “Hora de espabilarse”, me dijo, y de ser mi amiga de siempre que me escuchaba horas y horas con paciencia infinita se transformó en una mujer distinta, firme, autoritaria y protectora. Siempre había sido comunicativa y, sin embargo, en ciertos aspectos, yo sabía que algo me ocultaba, lo que no impedía que mi confianza en ella fuera absoluta.
Mientras me probaba un vestido de generoso escote, Alejandra me comunicó que conocía una empresa de limpieza que le encantaba. Tenía un nombre divertido con el que me reí pero inmediatamente olvidé con las estrecheces del probador y el trasiego de ropa. “Voy a llamar a que se lleguen por tu casa”, sentenció y añadió, “tranquila que es un regalo que te hago, sé que hasta que no arregles el divorcio andas apurada, pero tengo la sensación de que necesitas que te echen una mano”. “Para nada”, contesté algo seca, “me las apaño muy bien”. ¿Qué me trataba de sugerir mi amiga, que tenía la casa echa un desastre? ¿sucia? ¿revuelta? Sin más Alejandra, decidiendo que uno de los vestidos era perfecto salió del probador a llamar por teléfno. La conversación quedó olvidada. Al menos por mi parte.
Días después, en medio de uno de mis momentos de nostalgia, sonó el móvil con un número desconocido.
– Buenas tardes Señora, soy de la empresa de limpieza contratada por Alejandra González para que nos hagamos cargo durante dos horas de sus tareas del hogar durante el día de hoy… ¿Señora? ¿Me escucha? ¿Señora?
– Esto… sí, sí, ¿Alejandra González?- de qué me estaba hablando ese tipo… de repente recordé el probador. Al final lo había hecho. Tendría que hablar con ella de ese disparate. Y además ese día que estaba tan deprimida…
– Sí. ¿A qué hora le viene bien que se pase nuestro trabajador?
– Mire, es que no me viene bien, la verdad.
– Lo lamento Señora- dijo rápidamente- pero nosotros tenemos que hacer lo que nos ha dejado ordenado la Señora González. Cualquier hora es buena para nosotros. Verá que garantizamos un servicio absolutamente exquisito digno de las…Señoras, clientas, a las que servimos.
Madre mía qué embolao me ha dejado esta – no, de verdad, se lo agradezco pero…es que tengo que salir de casa.
– Señora, de verdad, confíe en nosotros. Si tras el primer servicio usted ve que no lo hemos hecho a su entera y completa satisfacción, se lo comunica a la Señora González y con eso será suficiente.
La mato. La mato y se acabó. -Bueno… vale. Acabemos con esto. Que venga dentro de 15 minutos. Si no está dentro de 15 minutos como yo tengo que marcharme en tres horas pues lo dejamos- Quién iba a estar en 15 minutos en casa de nadie en medio del caos de ciudad como la mía.
– Perfecto Señora, allí estará nuestro trabajador, muchísimas gracias.
Me quedé de piedra. ¿De verdad que iba a dejar a alguien extraño, de una empresa que no conocía, entrar en mi casa y que me la limpiara? Corriendo fui a mi dormitorio buscando el contacto de Alejandra en el móvil a la vez que me iba cambiando de ropa. Por supuesto no cogía el teléfono y le mandé varios whatsapp que no leyó. Justo a los 15 minutos exactos de puntualidad británica sonó el portero electrónico, abrí y subió. Tenía el corazón a 100 con tantas carreras por mi casa ordenando sobre la marcha y poniéndome algo presentable cuando no me quedó más remedio que abrir la puerta.
– Buenas tardes Señora estoy aquí a su entera disposición para todo lo que usted me ordene.
– Buenas tardes – ¿qué forma de hablar era esa y cómo un hombre como ese se dedicaba a limpiar por las casas? Era un hombre alto, vestía de negro por completo y traía una pequeña maleta con ruedas. El tipo estaba bien. Bajo la camiseta negra parecía un hombre atractivo. Muy cuidado. Impoluto, pensé.
– ¿Señora?- preguntó al ver que yo no me movía de la entrada. Sus ojos me miraban fijamente. Eran intensos. Yo no reaccionaba. -¿Prefiere que empiece por alguna estancia de la casa en concreto?
– ¿Qué lleva en ese maletín?
Sus movimientos eran pausados, al igual que el tono calmo de su voz. Me mostró el maletín cerrado.
– Ropa por si necesitara cambiarme o usted me pidiera alguna cosa concreta.
Volvió a hacerse el silencio. Pensé que sería ropa de faena u objetos de limpieza que no hubiera y le indiqué dónde estaba la cocina. Él empezó a recoger.
Sonó el teléfono y sin mirar contesté pensando que era Alejandra y no, era mi exmarido con uno de sus constantes reproches. No me pillaba en un buen día y él lo notó. Se creció. Se me quebró la voz, olvidé al que estaba en la cocina y rompí a llorar en mi dormitorio.
A los pocos minutos escuché al limpiador que de forma suave me llamaba tras la puerta entornada
– Señora, ¿se encuentra bien? ¿necesita usted algo? Yo estoy aquí para todo lo que requiera.
Todo iba de pena. El pesado ese en casa y yo con una de mis lloreras. Valiente idiota entrometido estaba hecho. De repente mi tristeza se convirtió en rabia. Me levanté de la cama y grité: ¡estoy de los hombres hasta el coño! ¡Me tenéis harta!- Estaba perdiendo los nervios.
– Sí, Señora- fue su respuesta mansa.
– ¿No te molesta que diga eso?
– No, Señora, usted es libre de decir lo que desee si de esa forma se encuentra mejor.
– ¡Vosotros, siempre vosotros! ¡Siempre los primeros, los que tenéis más derechos!- mi voz se iba elevando mientras me acercaba a él escupiendo cada palabra- y todo, ¡todo porque hacéis lo que os sale de vuestros santos cojones!- gritando eso mi mano se fue en forma de garra a sus huevos dispuesta a reventarlos. Ambos nos sobresaltamos, él porque imagino que no se esperaba el gesto tan desmedido e imprevisto y yo porque noté algo extraño, duro y metálico entre mis dedos, bajo sus pantalones. Sin soltar, agarrando fuerte para intentar identificar qué era aquello le miré. Él tenía los ojos bajos, su respiración parecía agitada al igual que la mía. Yo no entendía nada.
– ¿Qué llevas bajo los pantalones?- dije soltando mientras una extraña calma se iba apoderando de mí.
– Llevo un cb Señora.
– ¿Qué es eso?
– Señora, a usted no le han explicado nada, ¿no es cierto?- preguntó alzando ligeramente sus ojos y esbozando apenas una media sonrisa.
– No- dije cogiendo el móvil- pero esto lo voy a aclarar ahora mismo.- Miré la pantalla y vi el siguiente mensaje de Alejandra: “Tranquila, sólo te pido que confíes, la persona que va a tu casa es de absoluta garantía. Disfruta”. Me senté en la cama confundida.
– Señora yo le explico si desea.
– Enséñame eso que llevas puesto.
– Por supuesto Señora, ¿desea que me abra el pantalón o que me lo baje?
– Bájatelo- Vi bajarse el pantalón. Sus piernas largas y bien torneadas. Vi sus bóxers. Estaban húmedos. No dije nada.
– ¿Continúo?- A un gesto se bajó los bóxers y se mantuvo de pie con la mirada en el suelo.
– ¿Eso es para no poder tener erección?-Yo no salía de mi asombro. El enfado se me había ido de golpe, el llanto también. Mis ojos no podían apartarse de una especie de jaula que le atrapaba la polla.
– Exacto Señora.
– ¿Y no vas incómodo?

– Uno se acostumbra
– ¿Y no te lo quitas?
– Sólo si me abren el candado.
– Me acerqué y vi que efectivamente llevaba un candado.
– ¿Quién tiene la llave?
– Mi propietaria.
– ¿Tienes propietaria? – pregunté llena de estupor.
– Sí, Señora.- Tras eso se hizo el silencio. Estaba demasiado confundida para poder entender cómo un hombre llevaba su polla atrapada en un artilugio metálico. ¿Sería un violador? Pero recordé el mensaje de Alejandra. Miraba su quietud. No había nada en él que me hiciera desconfiar. No se movía. Parecía que estaba esperando.
Tras un largo suspiro dije -¿y ahora qué hago contigo? ¡Un limpiador con la polla enjaulada! Al menos si no la llevaras parecería el argumento de una peli porno y yo me daba una alegría para el cuerpo.
– Señora, si me permite, yo puedo darle muchas cosas y puede usarme a su antojo. Estoy a su entera disposición.
– Ah, ¿sí? ¿y eso por qué lo vas a hacer? ¿eres un chapero?
– No, Señora, pero yo puedo ser lo que usted desee que sea y hacer lo que usted desee que haga.
Me quedé sin nada que decir, todo me parecía tan absurdo. Después del brote de cólera me sentía tan, tan cansada que me eché en la cama pensando en la situación tan estúpida que estaba viviendo con ese medio hombre allí en mi cuarto. A quién iba a contarle esa payasada. Estaba pensando en la película The Game, cuando el hombre me dijo
– Señora, ¿le apetece que le dé un masaje para que se relaje? Quizás así pueda ayudarla a sentirse mejor.
Pensé que ya que había que estar con ese tipo allí al menos que me diera un masaje. No estaría mal dejar que unas manos viriles acariciaran un poco mi cuerpo abandonado
-¿También eres masajista diplomado? –pregunté burlona- De acuerdo. Hazlo. Como no me guste sigues fregando.
– No se preocupe, Señora, empezaré por los pies si no tiene inconveniente.
Me pareció otra chorrada pero le dejé hacer. Él salió de la habitación y abrió su maleta. Sacó un tarro de esencias y empezó a masajearme los pies punto por punto. Cada dedo, cada músculo, cada tendón. Sin prisas. Cerré los ojos mientras me dejaba transportar a un universo de calma. Ese hombre sabía lo que hacía. Y yo me vi entrando en un mundo voluptuoso desconocido porque noté que empezaba a excitarme. Mi respiración de estar tranquila comenzó a agitarse y él lo percibió. Empezó a masajear mis tobillos, mis gemelos.
– Con su permiso Señora
Yo no decía nada. Poco a poco fui abriendo las piernas dejando que él fuera continuando el masaje hacia arriba. ¿Qué era lo que estaba haciendo ese medio hombre con esas manos? ¿Por qué esa agitación en mí? ¿Por qué me resultaba tan estimulante saber que no podía empalmarse? ¿Por qué saber que llevaba esa jaula me excitaba? Por fin pude balbucear algunas palabras:
– ¿De verdad estás aquí para hacer lo que yo desee?
– Sí, Señora, todo lo que usted desee.
Suspiré profundamente y le dije con una voz que me salió ronca, desde las vísceras:
– Cómeme el coño como si fuera lo último que vayas a hacer en tu vida.
Y sin mediar palabra me bajó las bragas y muy despacio empezó a lamer mi coño que ya estaba chorreando.
– Quítate los pantalones y los bóxers por completo, la camiseta. Todo. Quiero verte desnudo.

– Sí Señora, ¿desea inspeccionarme?
Sin saber qué significaba eso le dije que sí
Se desnudó y se puso a 4 sobre la cama. Lo miré despacio. Efectivamente tenía un buen cuerpo. Estaba completamente depilado. Cuando miré el culo vi que llevaba algo puesto.
– ¿Qué llevas en el culo?
– Un plug, Señora.
– ¿Para qué?
– Por si usted desea jugar con él.
No entendí bien esa respuesta. Mi coño estaba anhelante y necesitaba relajarme. Quería correrme. La visión de ese hombre con ese gesto a cuatro, esa docilidad, esa jaula, esa entrega, me tenía muy cachonda.
– Sigue comiéndome el coño, cerdo, ya que parece que te gusta.
– Sí Señora
Y a base de recorrerme cada pliegue, lamerme, chuparme, mientras le agarraba fuerte la cabeza indicándole con mis movimientos dónde me daba más placer, conseguí desinhibirme como nunca antes. Sentí por primera vez en mi vida que ese hombre no tenía prisas y que me comería tanto rato como yo deseara, que ese hombre me estaba saboreando con pasión y entre esos pensamientos me corrí en su boca con una explosión de fluidos, gritando como hacía años que no gritaba. Me acurruqué. Él lentamente se bajó de la cama.
– Señora, con su permiso me limpio y sigo con mis tareas de limpieza.
– Sí, sí. Cuando acabes, márchate.
– Como desee Señora, espero que todo haya sido de su agrado.
– Sí, gracias, sal de mi cuarto.
– Sí, Señora. No la molesto. ¿No vengo a despedirme cuando me vaya?
– No. Vete sin más.
– Como desee. Buenas tardes.
– Adiós.
El móvil me despertó. Me había quedado dormida como una niña después de la corrida. Era Alejandra.
– ¿Todo bien?
– No sé quién es ese hombre ni sé cómo se llama, ni sé a qué se dedica, ni sé porqué lleva una jaula en la polla.- Alejandra reía con gusto ante cada frase que yo decía, se lo estaba pasando en grande- Sólo sé, Alejandra, escucha con atención, sólo sé que quiero que vuelva la semana que viene porque la llave que tiene no sé quién, ¡ES MÍA!
ScheherezadeDom
Me alegra saber que ha vuelto a publicar en el blog después de tanto tiempo. Aunque sea de una forma poco ortodoxa para su estilo habitual.
Espero se encuentre bien tras tantos meses de ausencia. Sus escritos siempre son bien recibidos y atentamente leídos.
Me alegra encontrarte por aquí y agradezco tu comentario. Cada vez que regreso tras un período de silencio me gusta hacer alguna innovación. La renovación siempre aporta algo de savia nueva y revitalizante. Saludos
Hola. Tener en propiedad un sumiso supone disponer de él para cualquier deseo suyo. Este relato me ha encantado ya que supone un grado de humillación y obediencia que debiera tener todo sumiso que se preste de serlo de verdad.
Compartir un sumiso me atrae mucho aunque he de reconocer que para ello se ha de dar un grado de sinceridad y confianza entre ambas que es difícil de encontrar.
He imaginado mucho el ser enviado por mi Ama y Señora a hacer la limpieza a casa de una amiga en la forma y manera que ella deseara.
Gracias.
Me alegra que te haya gustado. Gracias por tu comentario