Aunque pudiera parecer fruto de un relato, si acabáis el texto os daréis cuenta de que no tiene ese final feliz que todos esperan de uno de tantas historias FemDom que se escriben, aunque también la tenga, sin duda alguna. Para mí tiene un muy buen final. Le pedí al sumiso que compartiera esa experiencia de servidumbre por la capacidad y valentía que mostró siendo absolutamente correcto y exquisito en el trato hasta el último momento, incluso a la hora de escribirlo.
Como no quiero hacer spoiler os dejo con su texto, espero que os sirva de ayuda.
Tras muchos meses de conversaciones casi diarias con un hombre Dominante, en las que pudimos crear una relación de respeto y confianza, llegó el momento de tomar la decisión de comprar los billetes de vuelo para ir a visitarlo y servirle en su casa durante una semana. Las normas eran claras: perdería mi condición de hombre (sería tratado como mujer), debería llevar todo el tiempo un uniforme de criada, tendría que estar totalmente depilado, y debería llevar puesta una jaula de castidad durante toda mi estancia allí, con el fin de perder todo rastro de masculinidad. A cambio de mi servicio, él me ofrecía comida, estancia gratis y las tardes libres para hacer turismo.
Esa persona no vive en España (reside en un país europeo que no desvelaré por cuestiones de privacidad), por lo que necesité de un tiempo de reflexión para llegar a la conclusión de salir de mi zona de confort, lanzarme a la aventura, e ir a visitarle, puesto que yo era totalmente consciente de que, si por alguna razón, las cosas no iban según lo esperado, o yo no estaba cómodo en ese ambiente, iba a tener poco margen de maniobra al encontrarme fuera de España.
Seguramente, en otro momento de mi vida no hubiera tenido el valor de lanzarme al vacío y experimentar las sensaciones de servir a una persona en su casa durante una semana, y más teniendo que salir al extranjero. Sin embargo, coincidió que yo había pasado una larga temporada fuera del círculo del BDSM recorriendo el maravilloso camino del autoconocimiento. Un período de tiempo que había utilizado para priorizarme a mí mismo y para cuidarme tanto física como mentalmente.
Mi cuerpo, muy sabio él, me había estado pidiendo durante mucho tiempo que parase. Afortunadamente, como con ayuda profesional he aprendido a escuchar a mi cuerpo, a aceptar mis emociones y a afrontarlas y gestionarlas sean las que sean, decidí escucharle, parar, y abandonar cualquier tipo de práctica que tuviera que ver con el mundo BDSM durante un tiempo indeterminado. Ya estaba cansado de hacerme daño, así que decidí que no volvería a abrir la caja de Pandora de mi sumisión hasta que no estuviera completamente preparado para ello.
Y es que, desafortunadamente, debido a la sociedad y al mundo en el que vivimos, estamos acostumbrados a ir, o bien acelerados por la vida, o, por el contrario, con el piloto automático. Sea como fuere, lamentablemente vivimos sin ser conscientes, ni de lo que nos rodea, ni de lo que pasa dentro de nosotros. Y, de esta forma, entramos en una vorágine y en un círculo vicioso que, tarde o temprano, se cobra su peaje en nuestra salud, tanto física como mental. Por eso, considero que es muy importante tratar de recuperar la conciencia, porque sólo siendo conscientes de lo que sucede fuera y dentro de nosotros, podemos actuar de la forma más efectiva posible.
De la misma forma, vivimos en una sociedad que tiene un miedo terrible a la soledad. Andamos por el mundo sin ser capaces de disfrutar de nosotros mismos, de nuestro espacio, y de tener el control de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de que, si alguien de fuera viene a alterar nuestra paz interior, la presencia de esa persona en nuestras vidas debería mejorar con creces nuestra propia soledad. Y por eso, a veces no ponemos límites a las personas, y luego vienen las consecuencias de nuestra irresponsabilidad emocional.
Pero volviendo a la historia que nos concierne, reconozco que cuando llegó el día de ir al aeropuerto a coger el avión medité la posibilidad de echarme atrás en el último minuto. Y es que, estaba a punto de montarme en un avión para ir a un país europeo, y quedarme una semana en la casa de una persona que, por mucho que hubiera estado hablando con él durante muchos meses, no conocía en persona. Y mi cerebro, no sé si de forma racional o irracional, entró en pánico y en modo supervivencia. Por un momento, pensé que este hombre igual no aparecía para recibirme en el punto de encuentro que habíamos acordado, y que, consecuentemente, iba a aterrizar en un país extranjero, sin saber el idioma de ese país (aunque hablo perfectamente inglés), y sin conocer a nadie. Sin embargo, conseguí tranquilizarme, me relajé, y acto seguido me puse en contacto con esa persona, quien a su vez intentó rebajar mi nerviosismo y me volvió a asegurar que estaría esperándome en el aeropuerto a la hora acordada para llevarme a su casa. Así pues, me monté en ese avión, rumbo a vivir lo que yo creía que iba a ser una experiencia inolvidable. Y lo fue, pero no por las razones que creí en un principio.
Cuando aterricé, después de varias horas de viaje, efectivamente, la persona a la que iba a servir durante una semana estaba esperándome en la puerta de llegadas, tal y como habíamos acordado. Tras un saludo afectuoso, nos dirigimos a su coche, y media hora más tarde, ya estábamos en su casa.
Durante el trayecto a su vivienda nos dio tiempo a conversar y a conocernos un poco más. La primera impresión que tuve acerca de él como persona fue buena, por lo que me relajé y traté de empezar a disfrutar de la experiencia. Sin embargo, al llegar a su casa, no tuve esas mismas sensaciones positivas en relación al estado de limpieza e higiene de su vivienda.
La casa, que era una enorme vivienda terrera (contaba con dos plantas y un amplio patio exterior), se encontraba en un estado bastante deplorable. Era una casa vieja, y la gran mayoría de sus muchas habitaciones, incluyendo la cocina, necesitaban una severa restauración para hacerlas habitables. Y si bien yo era consciente de antemano de que la casa necesitaba ser remodelada, y de que ésa era la causa por la que este hombre necesitaba tener en su casa esclavos para ayudarle en los trabajos de remodelación, y sirvientas para hacer las labores de la casa y que él pudiera centrarse completamente en su plan de restauración, el hecho es que la casa se encontraba en peores condiciones de las que yo pensaba.
Y si algo también he aprendido durante ese tiempo que me dediqué a mí mismo, es a hacerle caso a lo que yo llamo, haciendo referencia a Spiderman, mi ‘sentido arácnido’, que no es otra cosa que prestar atención a lo que te dice tu instinto, porque no suele equivocarse. Y, efectivamente, aunque no tenía todavía la certeza empírica, el tiempo me vino a demostrar que, una vez más, mi ‘sentido arácnido’ volvía a acertar.
La cena estaba lista cuando llegamos, puesto que la había cocinado la ‘sumisa’ del propietario de la casa, que era un hombre que vivía con él, y que había comenzado su transición hacía el sexo femenino (tomando hormonas). Él, bueno, ella, se dedicaba, principalmente, a las labores de limpieza, cocinado y a la puesta en marcha y funcionamiento de la página web de su Amo. Y es que, la intención de su Amo, al que yo también estaba a punto de servir, era la de recibir cuantas más sirvientas y esclavos posibles para acelerar los trabajos de restauración de la casa y acortar al máximo los plazos de las obras. Y la manera que tenía este hombre de ponerse en contacto con estas personas era mediante una serie de páginas webs, entre ellas la suya propia.
Además del dueño de la casa y su ‘sumisa’ en castidad, se encontraba también en esos momentos un hombre mayor, cuyo rol en la casa era la de esclavo, ayudando en los trabajos de restauración de la casa. Este hombre, que era la segunda vez que visitaba al propietario de la vivienda, y que también llevaba puesta una jaula de castidad, me resultó muy agradable y simpático. Sin embargo, debido a su avanzada edad (era una persona octogenaria), no acabé de comprender qué demonios estaba haciendo ese hombre allí. Y es que, una de las obligaciones que tenía ese señor como esclavo era la de tener que dormir encerrado en una jaula situada en el patio exterior. Pero bueno, él parecía feliz, y si él era feliz, ¿quién era yo para decir lo contrario?
Al acabar de cenar, mi primera tarea fue la de recoger la mesa y fregar el menaje usado durante la cena. Y, justo en ese momento, cuando bajé a la cocina, fue cuando me empecé a dar cuenta de que no iba a estar muy cómodo en esa casa. La cocina, no estaba simplemente llena de polvo a consecuencia de las constantes obras de remodelación, sino que además tenía un nivel de suciedad que rayaba lo insalubre. El menaje, que supuestamente estaba limpio y listo para ser usado, no lo estaba, tenía suciedad. Los utensilios para cocinar (tablas, sartenes, etc) y la encimera estaban sucios. Pero el premio gordo se lo llevó los fogones, puesto que tenían un aspecto inmundo. Viendo el estado mugriento en el que se encontraban, es posible que hiciera por lo menos tres semanas que nadie los había limpiado. Por todo ello, esa noche, por mi propio interés y bienestar, me autoimpuse la obligación de no comer nada que no hubiera cocinado yo con mis propias manos, de fregar los fogones con lejía, y de lavar mi propio menaje para asegurarme de que utilizaba vasos, platos y cubiertos que estuvieran perfectamente limpios.
A la mañana siguiente, habiendo descansado de un largo viaje y del estrés y las emociones del primer día, me dispuse a prepararme para entrar en rol. Para ello, debía ducharme en el único baño que había en la casa (cuyo estado de conservación y limpieza distaba mucho de lo aceptable), terminar de rasurar las zonas de mi cuerpo que aún tenían vello, ponerme la jaula de castidad, y vestirme con el traje de sirvienta que el dueño de la casa había seleccionado para mí. No dejó ningún detalle al azar: vestido, zapatos de mujer, sombrero de criada y delantal.
Cuando estuve vestido con mi uniforme de trabajo, fui al encuentro del propietario de la casa para hacerle saber que ya estaba listo para empezar con mis labores domésticas. Me pidió que me levantara la falda de mi vestido de criada para asegurarse de que, efectivamente, llevaba puesta mi jaula de castidad. Al no utilizar bragas por petición expresa de él, al levantar ligeramente el vestido, mi pene enjaulado en un minúsculo dispositivo de castidad quedó rápidamente expuesto a los ojos de la persona a la que iba a servir durante los próximos días. Tras esbozar una sonrisa de felicidad y conformidad, me pidió que le entregase las llaves de la jaula de castidad y así lo hice. Y, a partir de ese instante, entré en rol y empecé a llevar a cabo mis obligaciones domésticas.
Ese día, le expuse al propietario de la casa que lo más útil que podía hacer era centrarme en limpiar a fondo la cocina, y así lo hice, puesto que él estuvo de acuerdo con mi sugerencia. Y, como seguro que se pueden imaginar, esa labor, más el cocinado del día, me llevó el día entero, acabando bastante fatigado, pero con la tranquilidad de saber que, por lo menos, la cocina estaba limpia y podía comer sin miedo de contraer ninguna intoxicación alimenticia, que pasó a ser mi prioridad cuando analicé la forma en la que vivían en esa casa.
Al siguiente día, me centré en la limpieza de la segunda planta, donde estaba el comedor, las habitaciones, un estudio, y una segunda cocina, en la que no se podía cocinar, pero sí que tenía un microndas y la nevera. Las habitaciones tenían mucha tierra y polvo, por lo que su limpieza me llevó gran parte de la mañana. El resto de la mañana lo destiné a preparar la comida. Por la tarde, limpié el suelo del garaje donde el propietario de la casa guardaba sus herramientas de trabajo, y fui al pueblo a dar una vuelta para respirar aire fresco y empezar a aclarar mis ideas, porque mi ‘sentido arácnido’ empezaba a decirme que tenía que salir de ese lugar.
Esa noche ya me costó conciliar el sueño porque, tras oxigenarme gracias a ese paseo que di por el pueblo, llegué a la conclusión de que no estaba cómodo, que ese sitio no era para mí, y de que debía de hablar con el propietario de la casa para hacerle saber cómo me sentía y que, lamentablemente, no iba a poder quedarme a servirle durante el resto del tiempo acordado. Todos tenemos un diálogo interno, y yo, además, tengo la buena costumbre de hablarme en tercera persona, como si le estuviera hablando a mi mejor amigo. Y, esa noche, después de hablar largo y tendido conmigo mismo, recuerdo decirme la siguiente frase: ‘¡sácame de aquí, mi niño!’ Así que, no tuve más remedio que sacarme de allí.
Reconozco que me sorprendí gratamente a mí mismo por llegar a la conclusión de que, por mi bienestar emocional, tenía que poner punto y final a mi estancia en esa casa, y eso ocasionaba tener que hablar con el propietario de la casa y confrontarlo. Y es que, decir que no y poner límites es algo que siempre me había costado hacer, hasta el punto de que estoy completamente seguro de que si esa experiencia la hubiera vivido hace un año, hubiera aguantado carros y carretas, y me hubiera quedado sirviendo en esa casa hasta el último día acordado con tal de evitar una conversación potencialmente complicada con ese hombre. Pero, afortunadamente, el grandísimo esfuerzo emocional que me supuso trabajar en mí mismo y en mi autoconocimiento, valió la pena y dio sus frutos, ya que, al día siguiente, lo primero que hice fue hablar con el propietario de la casa para exponerle que había tomado la decisión de irme antes de acabar la semana acordada.
Él lo entendió perfectamente y me pidió el favor de que, fuera de rol (con mi propia ropa y sin jaula de castidad) me quedara ese día en la casa para ayudarle a acondicionar una habitación con colchones para recibir más ‘sirvientas’ (supuestamente iban a venir entre cuatro y cinco ‘sirvientas’ a mediados de agosto), y a poner aislante de frío en el techo interior de la cocina.
Con mi mente ya fuera de rol, sin jaula de castidad, vistiendo mi ropa, y habiendo acordado abandonar la casa antes de tiempo, no tuve problemas en hacerle el favor de ayudarle con esas dos tareas. Aunque antes, lógicamente, tuve que dedicarme a encontrar alojamiento para hacer turismo en la capital de ese país y pasar allí los tres días que me faltaban antes de mi vuelvo de vuelta.
Y así lo hice. Le ayudé a dejar preparada la nueva habitación para las ‘sirvientas’ y le puse la gomaespuma en el techo de la cocina para aislar esa parte de la casa del frío, dejando la cocina lista para el próximo invierno.
Al día siguiente, el hombre me llevó en coche a la estación de trenes, donde cogí un tren directo a la capital del país. Y allí pasé tres días extraordinarios haciendo turismo y disfrutando de mí mismo, de mi propia compañía y de mi soledad (¡qué importante es saber estar solo y disfrutar de ello!). Acabé muy orgulloso de mí mismo por dos factores. Primero, porque salí de mi zona de confort y probé algo que me apetecía hacer (dicen que la vida empieza cuando uno sale de su zona de confort), y, segundo, porque una vez habiendo salido de mi zona de confort, supe parar a tiempo antes de hacerme daño a mí mismo por miedo a decir que no cuando, claramente, era que no.
s.
Hay tanto delo lo que hay que aprender que estos relatos ayudan a pensar las cosas…