Conversaba el otro día con un amigo sumiso y salió en la conversación el término Metamorfosis asociado a la sumisión. Me quedé pensando en cuánto no hay de esto para muchos hombres de mediana edad que se han visto educados en la normativa social de los hombres visto como personas dominantes. Muchos de ellos siguen sin salir del armario a pesar de que hoy casi todo se ventila de una u otra forma y me parece bien. Hay cosas que pertenecen a un ámbito de intimidad tan estricto que ni siquiera necesitan airearlo.
Comprendo esa necesidad de mantenerlo en una absoluta privacidad porque Yo también lo reclamo. Aunque el rol Dominante pueda creerse que tiene una mayor aceptación social y, aún así, Yo me mantengo todo lo oculta que puedo, el rol sumiso necesita más recorrido de aceptación como si en cierto sentido se minusvalorara a la persona sumisa pensando que no es capaz de llevar una vida completamente autónoma, sana e, incluso, liderar situaciones y obtener y mantener cargos de muchísima responsabilidad. De este modo acaban llevando una vida silenciosa, apartada de miradas y opiniones, algunos con doble vida, otros tratando de adaptarla a sus relaciones de la manera más discreta posible. Otros acaban dándole la espalda a la sumisión, dejándolo aparcado en la imposibilidad de conciliar vida sexual, familiar, laboral y social a pesar de ese deseo profundo que sienten por ser sometidos. Miran hacia otro lado y van y vienen, si pueden.
Así que, a propósito del término metamorfosis, invité a mi amigo a que relatara su experiencia y esto es lo que me ha dejado escrito para vosotros:
LA METAMORFOSIS DE Hombre a Sumiso
Todas las liberaciones tienen mucho de tragedia y un poco de revolución. Nunca ha sido al revés y creo que nunca lo será.
¿Pero qué pasa cuando la liberación sucede dentro de uno mismo, cuando un hombre -hablo por mí y por nadie más- siente que le falta algo a su personalidad, que su deseo más ferviente es encontrar una persona, en mi caso una mujer, a la que adorar y venerar, a la que desea entregarse en cuerpo y alma para – ¡oh, contradicción! – ser el más libre de los hombres siendo esclavo de Ella y poder ser en todo su esplendor?
¿Cómo se produce esa metamorfosis de hombre a sumiso, cómo uno puede rebatir las enseñanzas y los comportamientos socialmente aprendidos para dejar de ser hombre y pasar a ser propiedad de alguien y así, de esta, manera ser más hombre todavía?
En este momento es cuando me adentro en » terra incógnita». ¿Cómo os puedo contar mi Metamorfosis? Pues, por una parte, no soy un trasunto de Samsa ni tengo la fértil imaginación de Kafka. Aunque sobre todo al principio y durante mucho tiempo sí encerré mi sumisión en el cuarto más oscuro de mi mente para ver si así se moría como le sucedió al pobre Samsa, cosa que no sucedió.
Y por otra parte tampoco fui nunca un renacuajo que después de un proceso se convierte en batracio, ni un gusano, aunque sea una palabra muy usada por innumerables Dóminas, que pasa a ser crisálida y acaba siendo una colorida y grácil mariposa. Lo que no impide que posiblemente este relato salga rana…
Por tanto, después de desechar la tercera acepción del diccionario de la RAE que es la zoológica, me voy a centrar en la segunda definición que dice: «Mudanza que hace alguien o algo de un estado a otro, como de la avaricia a la liberalidad o de la pobreza a la riqueza.»
¿Cómo comenzó mi metamorfosis? Pues como creo que comenzaron casi todas. Al igual que Ícaro, en mis primeras incursiones volé tan alto y me acerqué tanto al Sol, en este caso a intentar recrear todas mis fantasías, que los golpes y decepciones que me llevé fueron dolorosas y enfriaron mis ansias por encontrarme a mí mismo. Pasé un tiempo fantaseando y regodeándome en mi penosa situación hasta que un día, casi por casualidad, encontré a una persona que me hizo ver la diferencia entre fantasía y realidad y me enseño que para entregarte y servir bien a una Dama primero tenía que conocerla y viceversa, debía existir una confianza mutua que creciera cada día, ganas de experimentar, mucha sinceridad, yo diría que total, y buen humor como pilares principales. Por supuesto, también existirían malos momentos y aprendería que esos malos momentos solo se pueden superar con sinceridad y confianza mutua y a partir de ese momento sería cuando Ella disfrutaría de mi entrega y yo también. Esto que os cuento aquí y parece tan fácil según como os lo cuento no lo fue. Fue un largo camino lleno de trampas y donde por primera vez tuve que luchar a muerte con mi falocentrismo y mi machismo, cuestiones ambas que creía superadas, pero efectivamente no era así, pues por la educación que había recibido -soy de una generación que aún sintió el franquismo en sus carnes-, las tenía marcadas a fuego en el subconsciente y no tanto, pero también en el consciente.
Entonces, después de pasar todas esas vicisitudes, había concluido mi metamorfosis.
Un observador imparcial diría que sí, no sólo era sumiso, era el sumiso de ……, pero nada es tan sencillo, el bagaje de tu vida siempre te acompaña. Es cierto que había soltado un tremendo lastre, que estaba entregado al servicio de mi Dueña, pero no había soltado todo el lastre. Mantenía malas costumbres, inalterables de momento, que me acompañaban desde hacía mucho tiempo y de las que tenía que desprenderme porque eran incompatibles con cualquier sumisión, ya que en sí mismas eran otra sumisión distinta. Al principio las oculté. Vivíamos en ciudades distintas y la distancia que las separaba era de unos tres mil kilómetros y esa segunda sumisión me había convertido en un eficaz mentiroso. Me jode confesarlo y mucho más escribirlo: durante muchos años (desde antes de ser mayor de edad hasta cerca de la cuarentena) las drogas duras y el whisky a palo seco fueron mi principal forma de vida y, después de un largo y duro proceso cuya mejor consecuencia fue la de marcharme lejos de mi tierra, conseguí dejar que el caballo no siguiera montándome a mi cuando al principio me parecía que yo era el cowboy que lo montaba a él. A pesar de todo seguía manteniendo un carácter que yo creía epicúreo siendo destructivo, pero seguía siendo casi suicida al seguir jugando al borde del precipicio y el whisky y el perico siguieron acompañándome durante unos cuantos años, o sea que era un cabrón mentiroso queriendo vivir dos vidas dispares y al final viviendo sólo retazos de una, la de la sumisión, pues de la otra apenas tengo recuerdos. Aun así, durante los tres años en los que se mantuvo esta relación tuve algunos instantes tan bellos como efímeros que al eliminar la constante del tiempo son inmortales, pues transcienden mi memoria y la de la Dama que los experimentó a mi lado.
Después de esta experiencia en la que mi sumisión, a pesar de la otra, me hizo sentir que mi camino no estaba tan escrito como yo creía y que solo siendo sincero y apartándome definitivamente de la no vida de las noches sin principio ni fin me armé de valor y cambié de estilo de vida a uno más acorde con mi naturaleza sumisa desechando para siempre los excesos del pasado y manteniendo, sorpresa total, mi epicureísmo al descubrir, o quizá rememorar mis años infantiles, el placer de las pequeñas cosas, la risa sincera, un olor agradable, una comida y su tertulia. Y la entrega. El placer de la entrega, de preocuparte y ocuparte de la persona que adoras, sin sublimaciones exageradas, a la vez que sientes y compruebas que Ella se preocupa por tí y mientras la elevas en el altar de tus anhelos tú te elevas con ella y vas notando cómo cada día que pasa, con alguna frustración y pifia de vez en cuando pues nadie es perfecto, eres más completo y tu sumisión te hace más tú y por tanto más hombre.
Desde ese preciso instante, tenga una relación o no la tenga, el sumiso que hay en mí perfecciona mi vida todos los días que de ella me quedan.
Sumiso Anónimo